sábado, 12 de enero de 2008

Las “manos invisibles”



Han trascurrido algunos años y todavía sigo pensando ¿cómo me salve de ese viaje en el que definitivamente tenía que juntarme con el Creador? Ustedes me dirán, otra vez nos viene con otro cuento soporífero que escribió porque no tiene nada que hacer! No es así, el relato que les voy a contar, puede que les aburra, pero déjenme decirles que está basado en un hecho real de mi vida que nunca lo olvidaré.

Algo de antecedentes.

En el 2000 fui contratado por USAID / República Dominicana para dirigir el Programa de Reconstrucción Habitacional post Huracán Georges. Entre los proyectos que diseñé para solventar los problemas de vivienda de los sectores marginales afectados por este fenómeno, se encontraba uno que fue construido en San Juan de la Maguana, que por sus características se constituyó en uno de los referentes de los proyectos que la Misión financió en esa ocasión.

No recuerdo exactamente el día en que la Directora me solicitó viajar con un grupo de representantes del Congreso de los Estados Unidos, -que realizaban el monitoreo de los programas financiados por la Misión-, para que les explique en situ los planteamientos urbanos y algunos detalles de la infraestructura básica, que habían posibilitado la ejecución de este proyecto a costos de eficiencia.

Me sentía desganado, ya que San Juan de la Maguana, esa pequeña población ubicada al norte de Santo Domingo, cerca a la frontera con Haití, requería de un viaje de dos horas en carro. Sin embargo, no me quedaba otra alternativa que cumplir órdenes superiores.

Había planificado, que una vez terminada las explicaciones correspondientes regresaría a Santo Domingo, como decían a mis amigos “as soon as possible” es decir, en términos inmediatos. El interés que demostraron los visitantes por los resultados a la vista de este proyecto, ocasionaron demoras no previstas y de pronto, anocheció en plena tarea explicativa.

Regresar a Santo Domingo a esas horas era una irresponsabilidad y por tanto, no me quedaba otra alternativa que pernoctar en un hotel de 5 piedras de la bella y aburrida ciudad de Monseñor Grullón, el Director de FUNDASEP que era la ONG responsable de la ejecución de este proyecto. Me sacrificaré por esta noche y le solicitaré a Monseñor que me ayude con un transporte para regresar a primera hora de la mañana. Con esas intensiones me fui a dormir, luego del agotador esfuerzo realizado.

A la mañana siguiente y a primera hora, estaba en la casa de Monseñor, para solicitarle el favor previsto. “No faltaba mas, mi querido Roberto, no te preocupes, viajaremos juntos, ya que tengo que estar esta tarde en la Capital, pero antes, tienes que ayudarme con el diseño de un proyecto para unas monjitas en un pueblito que esta muy cerca” Qué podía hacer, ante el pedido realizado. ¡Emprender el viaje de socorro pro monjitas! No tenía otra alternativa y ante su pedido, lo hice con el mejor de mis consideraciones y afectos a Monseñor Grullón, un personaje muy querido en República Dominicana.

Llegamos al pueblito de estas monjitas para cumplir la enmienda solicitada y luego de terminarla, era mediodía. Naturalmente, la visita de tal ilustre personaje ameritaba por parte de estas religiosas una invitación para almorzar, la misma que fue realizada con esmero y dedicación. Ustedes no se pueden imaginar las delicias culinarias que habían preparado, todas ellas acompañadas de un excelente vino, ¡chileno por si acaso! En mi interior pensaba: “que buena comilona nos dimos, pero ya es hora del retorno a casa, ya que la Bruja se va a enojar si no llego a tiempo para la reunión de esa noche que había planeado días atrás”

Como que le insinué a Monseñor para que acelere la partida, sin embargo, algo en mi interior presagiaba que no era un viaje de retorno cualquiera. ¡No sé, pero presentía algo fuera de lo común!

El frustrado viaje …

“Bueno monjitas, es hora de retirarnos, ya que tengo un bautizo esta tarde. Les agradecemos mucho, pero tenemos que partir” fueron las palabras de Monseñor. Por supuesto que una de las monjitas, abusivas tenía que solicitar un aventón. “Claro que sí, no hay problema alguno, la Yipeta
[1] es grande y entramos cómodamente los cuatro”. Antes de iniciar el viaje de retorno y una vez que estuvimos instalados en la lujosa yipeta, Monseñor solicito unos momentos para realizar una plegaria: “Pidamos al Señor para que nuestro viaje sea efectuado sin ningún inconveniente; para que Manuelito -el chofer de la yipeta- conduzca bien y sin inconvenientes; para que Manuelito tome todas las precauciones necesarias; para que Manuelito mire todos los obstáculos del camino; para que Manuelito, para que el Manuelito…” Frente a esta plegaria reiterativa, para que el Manuelito no cometa ninguna estupidez, me asuste y llegue en esos momentos a pensar que el tal Manuelito era un camarón cualquiera o un péndejo irresponsable.

¡No habrá otro chofer para reemplazar a este Manuelito! pensé en mi interior. ¡Creo que me bajo con cualquier pretexto! ¿Pero cómo regreso a casa?

No me quedó más que comprobar la pericia de Manuelito al frente del volante para tomar la decisión de bajarme o de continuar el viaje. Bastaron tres minutos para darme cuenta de que mis temores eran infundados. ¡Manuelito era un buen chofer y conducía súper bien! Me quede tranquilo y con Monseñor que estaba al frente del vehículo y la monjita que se había sentado a mi lado izquierdo, en el asiento posterior, iniciamos una conversación tan amena, pero tan amena que no se en que momento me entregue en los brazos de Morfeo.

Debo haber pasado algún tiempo completamente dormido, pero de pronto sentí que alguien me movía y tocaba mi brazo izquierdo. Todo adormitado, creo que llegue a pensar mal de la monjita dominicana…!se me está insinuando la bandida! Pero no era así, cuando me desperté, miré que dormía y por mal pensado, casi me voy como Condorito, cuando me di cuenta que Monseñor roncaba y el tal Manuelito dormía placidamente cogido del volante. ¡Carajo, que susto el que sentí en esos momentos! Estábamos en medio del carretero de Azua, en una vía que tiene unos 30 km en línea recta y el velocímetro de la yipeta marcaba 140 Km por hora. Del pánico que tuve, creo que le desperté abruptamente a Monseñor y claro, al despertarse, se dio cuenta que Manuelito nos conducía a una muerte segura. ¡Manuelito! Grito súper asustado ¡Despiértate!

Ante el grito aterrador de Monseñor, el tal Manuelito despertó y todo él adormitado, no sabía en esos instantes lo que tenía que hacer. El volante lo movía a la izquierda y a la derecha, y la yipeta ante estas maniobras, zizsageaba de un lado para el otro, a una velocidad increíble. En esos momentos de pavor, me di cuenta que al frente venía disparado y directamente hacia nosotros, uno de esos buses súper grandes de pasajeros. Deben haber sido los 10 segundos más largos de mi vida, los de máxima adrenalina, pero al verme frente a la muerte, -ya que el choque era eminente y debía producirse en cuestión de segundos-, algo en mi interior me dijo que saldríamos avantes.

Efectivamente, el otro chofer, el del bus, realizó una maniobra a tiempo y desvió su vehículo a su derecha, yendo a parar en un pantanal sembrado de arroz. ¡Nos salvamos de Milagro! Cuando el dormilón -por decir lo menos del guevoooon del Manuelito- logró controlar y detener la yipeta, me di cuenta que estábamos lívidos y con los pelos de punta -parados como se ven en las tiras cómicas-, teníamos un rechinar acelerado de los dientes y nos temblaban las rodillas. ¿Y la monjita? Seguía durmiendo tranquilamente. Ni siquiera se dio cuenta que estuvo a un paso de conversar con San Pedro para ver si la dejaban entrar...

Luego de que Monseñor se serenó, en tono lacónico me dijo: “Todavía el Señor espera algo de nosotros y por esa razón no nos llamó todavía”

La conclusión de la Bruja

Esa misma noche, al relatar mi odisea y sin entender cómo nos habíamos salvado, la Bruja concluyó: “Son las manos invisibles del Señor las que te salvaron en esta ocasión” explicándome dulcemente esos hechos incomprensibles que siempre pretendemos desconocer.

Ha pasado algún tiempo y todavía no se borran de mi memoria esos momentos de pánico, pero todavía me sigo preguntando, ¡qué es lo que espera el Señor de mí que hasta ahora me sigue protegiendo!


[1] Término dominicano referido a un vehículo de 5 puertas 4x4

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente relato, me parece que tu escritura es pegajosa, nos quedamos todavía con la pica de seguir leyendo más. Continúa así. Un libro puede ser lo que te espera.