lunes, 18 de febrero de 2008

Lo bueno, lo malo y lo feo! Una historia de la vida real.

Fue uno de esas jornadas de ingrata recordación o como decía mi padre, “de esos carajos días que se requieren borrar de la memoria para no tener recuerdos tenebrosos que perduran por toda una vida” Bueno, tuvimos que vivirlo para comprender y entender la triste y dolorosa situación de los miles de compatriotas que necesitan ser atendidos en el Hospital Carlos Andrade Marín.

¡Lo bueno!

Ante el estado de salud y por algún factor que fue detectado a mi suegra, su cardióloga consideró necesario que se realice un examen gastroenterológico. Su ayuda fue invalorable al conseguir que una especialista del Dispensario del IESS del Batán la examine. Esta señora de 83 años efectivamente fue atendida contando con algunos exámenes obtenidos previamente. La intervención realizada confirmaba y determinaba una enfermedad terminal, sin embargo, requería de un urgente proceso de rehabilitación a efectos de afrontar dignamente su último y definitivo viaje de retorno para juntarse con el Creador.

Obtuvimos para este efecto la respectiva solicitud de hospitalización, firmada por la especialista del IESS. Entendíamos y así lo supusimos, que este documento nos permitía lograr este objetivo en términos inmediatos. Ingenuamente y sin predecir lo que nos deparaba ese día, nos trasladamos al Andrade Marín aproximadamente a las 3 de la tarde, bajo el supuesto de que iba a ser atendida con la prontitud que el caso ameritaba. ¡Que candidez la nuestra!

Logramos traspasar la complicada barrera policial para posibilitar su ingreso por emergencias, que era la gran estrategia sugerida. Luego de un proceso de investigación de sus antecedentes y de otro examen médico verificatorio se logró el propósito: traspasar el umbral de la sala de emergencias previo su hospitalización. Nuevamente otro tipo de trámites, de preguntas, hasta que finalmente fue atendida con mucha suerte por una doctora, que seguramente al compadecerse de la mirada de dolor y de su calamitoso estado de salud, gestionó la presencia de un médico gastroenterólogo para que la examine. El resultado de esta intervención reconfirmó el diagnóstico inicial.

Este proceso nos permitió conocer a un doctor que comprendiendo los momentos de angustia y desesperación de la mujer que acompañaba a su moribunda madre, supo atenderla demostrando que su juramento Hipocrático guiaba su conducta profesional. “Mire mi estimada señora, lamento el estado salud de su madre, pero las opciones médicas que existen para estos casos, no serían las recomendables por la edad y el avance de su enfermedad. Salvo su decisión, creo que lo más recomendable es entrar en un proceso de rehabilitación y realizar adicionalmente otros exámenes para precisar algunos detalles que requerimos conocer para su futuro tratamiento. No es conveniente una operación, ni entrar en un proceso de quimioterapia. Adelantaríamos su partida.”

“Es muy complicado obtener un turno para merecer una atención médica”, le señalamos a Pablo, -el amigo gastroenterólogo que conocimos y al cual le relatamos todas las dificultades pasadas en esa tarde y noche. Seguramente conmovido por todo lo que nos toco vivir, nos manifestó: “No se preocupen, me apersonaré para que su señora madre pueda ser atendida con prontitud y sin tanto trámite burocrático”. Sus palabras ratificaron mi entendimiento y percepción previa: ¡para alcanzar los servicios urgentes en este Hospital, es necesario estar con suerte, con mucha suerte, tener una buena palanca y sobre todo, contar con la misericordia del Señor!

¡Pero por Dios!, ¿era justo que mi suegra pase por ese calvario en las condiciones que se encontraba?, me pregunté una y mil veces. Ella había realizado grandes esfuerzos económicos durante gran parte de su vida para aportar al IESS, pensando seguramente que quizás de pronto iba a necesitar de sus servicios hospitalarios, que en ese día de ingrata recordación, casi le niega esta Institución.

¡Lo malo!

Todos los hechos narrados se iniciaron cuando logramos en una primera instancia traspasar la barrera de ingreso custodiada por un celador con cara, uniforme y trato de chapa que nos dijo “entren, dejen a la paciente y salgan en términos inmediatos” ¡Así lo hicimos!, salvo que no pudimos salir prontamente por los hechos y circunstancias relatados. No sabíamos además, que nos íbamos a enfrentar a una señora de la ventanilla de Emergencias, que con su dulce carácter de perro bulldog, nos manifestó: “previo el ingreso de la señora, necesito su cédula, el carne de afiliación y de jubilación”. Por supuesto que no contábamos con todos los documentos solicitados. No fueron suficientes los dos primeros entregados, ya que nos falto demostrarle que esa señora agonizante, si había aportado a su Institución por muchos años para ganarse el derecho de admisión.

“Vayan al departamento de Admisiones, para que me verifiquen si la Sra. es jubilada y que me den su No de carne” Tuve por supuesto ganas de mandarle a la mismísima punta de un cuerno, pero haciendo tripas corazón como se dice vulgarmente, mordí la lengua y opté con una paciencia de Job que pocas veces la tengo, por ir a buscar lo solicitado.

Esta vez tuve la dicha enorme de toparme con una amable señora, que ante las explicaciones y mi requerimiento, me atendió pronta y cordialmente. ¡Si cordialmente, aunque ustedes no lo crean! Ella comprendiendo la urgencia del caso, me recomendó que le “entregue a la Martita”, mi cédula y una letra de cambio firmada en blanco, hasta verificar si mi suegra efectivamente era jubilada. No podía realizar esa confirmación en términos inmediatos, en razón de que el sistema -como siempre- estaba colgado.

Entregamos a la Martita, los documentos sugeridos, para que nos deje pasar a su sala de Emergencias. ¡Solamente así lo logramos! Lo demás que vino, ustedes lo conocen a través de mi relato anterior. Sin embargo, vale la pena que conozcan algo de lo que pasa al interior de esta sala bajo la perspectiva y evidencia de los acontecimientos que estaba viviendo en carne propia.

Se mira y se escuchan hechos increíbles, como la siguiente conversación entre un joven médico y una enfermera que conlleva a ciertas reflexiones ¿”Cómo se siente mi doctorcito? Le están llamando con urgencia para que realice una apendicitis” manifestaba con dulzura y algo de coquetería la damisela de celeste. Ante la insulsa pregunta, ya que el doctorcito había bostezado y hurgado sus ojos irritados unas cuantas veces frente a ella por el cansancio que sentía, se dio modos para contestarle galantemente: “Súper cansado, muy cansado, -bostezos de por medio nuevamente- estoy operando sin descanso desde las siete de la mañana” Por supuesto que se me pusieron los pelos de punta, ¡eran las 2 de mañana! Es decir, había estado trabajando más de 18 horas y este Superman estaba próximo a realizar otra operación de emergencia en sus precarias condiciones y a esas horas de la madrugada.

Que boludo soy, me dije a mi interior. ¿Cómo se puede pedir profesionalismo de estos sacrificados médicos de la Patria, si el sistema de esta Institución les obliga a trabajar en turnos maratónicos de más de 30 horas seguidas? ¿Alguna vez se imaginaron, que los turnos o jornadas de trabajo de los médicos residentes en este Hospital, se inician a las 7 de la mañana y terminan al día siguiente a las 2 de la tarde? No, por supuesto que nunca se imaginaron.

Omito otras apreciaciones, para que no me califiquen de mentiroso o de charlatán, pero lo que viene, es efectivamente un relato que si ustedes tienen un poco de sensibilidad, calará en lo más profundo de sus conciencias.

¡Lo feo!

¿Alguna vez vieron esas películas de Hollywood que presentan los horrores de la guerra, donde los heridos y moribundos son atendidos en unos galpones provistos con camillas ubicadas en hileras, por cuyos pasillos transitan médicos y enfermeras posibilitando un escenario que se presta para la producción de los diálogos lacrimógenos mas increíbles de estos filmes? Si han visto estas producciones, se pueden imaginar el entorno y condiciones de atención a los pacientes en esta sala, con la única diferencia, que esta vez la película que se está presenciando, cuenta con un escenario, con imágenes y con actores de la vida real.

Creo necesario contarles además, que los adoloridos pacientes son atendidos en serie a lo largo y ancho de un corredor principal, sin contar con las mínimas condiciones de privacidad. El olor ambiental no se percibe, ya que nuestra mente de distrae por los lamentos y quejidos que se escucha por todos los lados. Si tuvieron suerte, ocupan unas camillas, si tuvieron más suerte cuentan con una cobija, y si no tuvieron esa bendita suerte, son colocados en unas sillas destartaladas. Tan pronto un paciente termina su atención, el resto de los dolientes corren a ganarse la camilla calientita del evacuado.

Mientras tanto mi suegra, de pronto necesitó hacer pipi, esta necesidad biológica que todos requerimos realizar en algún momento. Pues bien, este requerimiento requirió de una consulta de procedimientos, ya que no entendíamos. ¿Cómo podía hacer pipi una señora en camilla con un suero de por medio, contando a su alrededor con varios pacientes mirones? La solución fue simple y ejecutada a través de un grito de una de las enfermeras: “Tráiganle un bidet a la señora y una cobija para que se cubra.”¡El bidet fue proporcionado, pero la cobija no! Por suerte, faltaban unos momentos para que se concluya el proceso de rehabilitación. “Espere un poquito mamita para llevarle al baño, ya se esta acabando su trasfusión” fue el argumento esgrimido por la Bruja para evitar el bochorno de que su madre haga pipi en medio de las miradas del resto de los pacientes que habían sido alertados de este posible acontecimiento por el grito realizado.

Al terminar la rehabilitación, le llevamos al baño, yo por supuesto no pude entrar. ¡Que error garrafal el de la Bruja! Hubiese sido preferible ponerle el bidet ofertado delante de todo el mundo, pero no ir a un baño sucio y pestilente que había sido instalado sin la debida ventilación en el pasillo principal de esta sala. Sus condiciones, olores y falta de cuidado, casi, pero casi nos hace…

Cuando uno recapacita sobre lo vivido en esos duros momentos y circunstancias que invitan a la reflexión, es cuando uno quisiera concientizar a nuestros políticos y gobernantes. No es posible, que no exista una real preocupación para evitar los hechos que se dan a diario en uno de los mejores hospitales del IESS del país. “Si usted viera como son el resto de hospitales públicos, se moriría” me dijo esa médica a la cual le debemos gratitud ¡ En esos hospitales, sí que presentan hechos dolorosos, sin posibilidad de atención!, acotaba como para justificar la falta de condiciones mínimas en las que se desarrollan las atenciones en la sala de emergencias del Andrade Marín.

Finalmente y luego de agradecer por todas las atenciones recibidas nos dirigimos a casa con mi suegra. Optamos por no internarla, ¡no era justo para ella! Cómo dice ese dicho popular, ¡que sufra la plata pero no la persona! Eran las 3 de la mañana y naturalmente después de 12 horas de bregar estábamos cansados de esa jornada titánica, sin embargo nos sentíamos triunfantes, ya que de alguna manera habíamos vencido al Minotauro, ese monstruo mitológico con cuerpo humano y cabeza de….

Este tristón relato fue puesto a consideración del Director del Andrade Marín hace más de tres meses. Hasta la fecha no he tenido la suerte de conocer su opinión. La única certeza que tengo por ahora, es que cualquier coincidencia con lo rememorado, no es mera coincidencia. Es la triste situación de miles de afligidos pacientes de este importante Centro de Salud.

Mil disculpas por tratar un tema tan mustio. El próximo será diferente, les prometo mis estimados amigos.

2 comentarios:

carlos dijo...

Mi querido amigo lo siento mucho por su familia y todo lo que pasaron yo le haceguro que la clinica del pichincha es la misma mierda con diferente olor.

Anónimo dijo...

Gracias por compartir tu experiencia. Gracias, porque, sin ser médico te pusiste en el lugar de los residentes que trabajan como esclavos. Porque así es como funciona la carrera, y porque los explotan (mano de obra relativamente barata). No nos tenemos que bancar ni las caras de asco de los funcionarios, ni la humillación del proceso. Son cosas que todos sabemos que existen pero nos hacemos los locos, hasta cuando nos toque pasar.