viernes, 1 de febrero de 2008

Madrugada terrorífica.


Eran las tres de la mañana del último domingo en que me despierto por los timbrazos realizados en mi casa a esa hora de la madrugada. "Se nos daño el carro, necesitamos que nos ayude". Estas fueron las palabras que escuche a través del citófono. Al observar la pantalla de este aparato, me doy cuenta que eran cuatro individuos y uno de ellos, con carita de matón, era el que solicitaba mi presencia inmediata en la calle para que le ayude a solventar el problema de su vehículo. ¡Carajo, creo que nos quieren asaltar y este pendejo cree que soy tan ingenuo para creerle su historia! Este fue el pensamiento que me vino a la mente en términos inmediatos. Analicé la situación y como un buen estratega, decidí mandarles a la mismísima… con el objetivo de darles a entender que no me habían intimidado. Frente a mi respuesta, empiezo a escuchar golpes y patadas en la puerta principal y presumo que la querían tumbar.

La Bruja reaccionó inmediatamente llamando a la policía y activando el botón de pánico de la alarma. Efectivamente empieza a sonar la sirena y como siempre, nadie de los indolentes pelucones de mis vecinos acude al llamado. La policía tarda en llegar, mientras tanto, siguen los forajidos -no los del Lucio, sino estitos- lanzando golpes contundentes a la puerta, tratando de tumbarla. No tengo otra alternativa que salir al jardín a esas horas, en un frio horrible pero acompañado de Bruthus, el fiel pastor guardián que tenemos. Desde este espacio ubicado en la parte superior de la casa, observo a los mozalbetes que me gritaban ¡Abre la puerta HP para matarte! envalentonados por la embriaguez que presentaban. Seguían en su intento de tumbarla, pero más pudo la resistencia metálica, que los golpes que la propinaban.

Que hago, ¿abro la puerta para que Bruthus se de el banquete de su vida? Pero inmediatamente analizo las posibilidades que se presentaban. Si estos matoncitos tienen un arma, de pronto pueden herirlo o matarlo y eso a mi me mataría. No, no puedo exponer a mi fiel amigo a que le pase algo malo. ! Pero que bueno sería que por lo menos se despache a uno de estos miserables! Con esos pensamientos, proseguí en mis intentos de detenerlos para que no logren su objetivo: ¡tumbar la puerta de mi casa!

De pronto la presencia del patrullero No 137 solicitado a la estación de Nayón. ¡Que alivio, llegó la policía¡ Un oficial se baja y analiza la situación. El chofer de esta camioneta, el otro policía decide dormir frente al volante. Ante las circunstancias evidentes de que mi casa había sido violentada por este grupo de malhechores embriagados, le manifiesto al Oficial que debe proceder conforme a la Ley. “Señor policía, mire el estado de embriaguez que presentan y observe el estado de la puerta”. Recibo como contestación “no tenemos el aparato de alcoholemia y no podemos comprobar, si efectivamente los muchachos son los responsables de los daños en su propiedad”.

¡Que barbaridad y que impotencia sentí en esos momentos por la actitud policial! No tenía otra alternativa que aprovechar la situación de calma que ocasionó la presencia de los uniformados para identificar y registrar el vehículo averiado. Era un viejo BMW con placas PWY 177. Sigo observando los esfuerzos policiales para solventar el problema de estos malandrines. Trascurre más de una hora, la patrulla se había retirado en busca de una vincha para retirar el auto dañado, mientras tanto, seguiamos escuchando los problemas que generaban estos delincuentes a los escasos vecinos que a esas horas de la madrugada llegaban a sus hogares.

A la mañana del domingo, logro hablar con el Oficial responsable de esta operación. Le pregunto las razones de su proceder y le insisto que tenía que haber actuado de otra manera, argumentando los hechos narrados, que desde mi punto de vista ameritaban la cárcel para estos angelitos. La autoridad policial admite que los muchachos estaban borrachos, pero que no podía hacer nada, ya que no vio “a ninguno manejando el vehículo” y por otra parte, que no podía comprobar si efectivamente ellos habían golpeado la puerta de mi casa, pese a que la misma presenta evidencias claras de que había sido maltratada fuertemente. “Pero créame, llame a sus papacitos para que los reprendan”. Además concluyó el oficial Guachamin sin ruborizarse y sin vergüenza alguna, “eran cuatro contra dos”

Moraleja. No pretendas imposibles. Sigamos sin chistar ni protestar, ya que por ahora estamos disfrutando de una tranquilidad y seguridad increíbles. ¿Verdad mis amigos?.

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